Motivación, energía, visión, empatía, confianza en sí mismo, generación de satisfacción, sentido de confianza y vinculación en otros, influir positivamente para aumentar el desempeño laboral y, por ende, consecución de metas, son tan solo algunos atributos de un buen líder.

Existen diversas definiciones y connotaciones sobre el liderazgo, algunas se enfocan en los aspectos psicológicos, sociales e inclusive factores como el ambiente, cultura y educación. Suponemos que un líder es aquel con las facultades que describe la definición de liderazgo.

Si vemos cada uno de los atributos mencionados anteriormente, observamos que van estrechamente enlazados al trabajo en equipo, en gestionar un equipo como una máquina bien aceitada. Y no es para menos, se lidera para que profesionales logren sus propósitos, ya sean nuestros colaboradores o nuestros clientes externos. Pero ¿qué ocurre cuando sobre la marcha nos damos cuenta que muchos de estos se ven bien en papel, pero la realidad del diario vivir es otra?

Los colaboradores tienden a replicar el comportamiento del líder, si el líder es seguro de sí mismo, estos también. Es imperativo tener coherencia entre lo que se dice y lo que se hace, no caer en el vacío de solo verse bien en papel. Una falsa imagen de liderazgo puede afectar directamente la reputación de las organizaciones, así como una imagen positiva puede reforzar la percepción del principal grupo de interés.

Este tipo de perfil es fiel creyente del modus operandi “donde pongo el ojo, pongo la bala”, una forma segura de generar cambios, asumir riesgos positivos, motivar a los demás y transformar situaciones. Cree vehemente en el constante aprendizaje sin importar sus años de experiencia, asimismo trabaja constantemente en el desarrollo de técnicas de comunicación efectiva y relaciones interpersonales. Posee la seguridad en sí mismo de correr riesgos más altos pero calculados, ya que conoce la relación entre riesgos-resultados. 

La capacidad de ser un buen orador y saber difundir es vital para que su visión trascienda a demás líderes y encargados dentro de la organización. Es sincero y honesto al ofrecer retroalimentación, comparte un mensaje con base en valores, visión, misión y objetivos de la organización.

Los valores y visión del líder influyen en la ciudadana organizacional, empujan a dar la milla extra de forma natural y voluntaria. Un buen liderazgo genera autoeficacia en los colaboradores, motiva a asumir riesgos que promuevan la generación de resultados favorables.

En el caso de los consultores, cuando asesoramos a nuestros clientes debemos poner a prueba todas estas facultades. Generar confianza, no solo con nuestros conocimientos y habilidades, sino en nuestra persona, nuestros valores y capacidad de liderar el cambio no es negociable. No podemos darnos el lujo de solo lucir bien en papel, necesitamos resultados y este va ligado en el impacto que hemos causado en otras personas, y claro está, en los resultados de nuestros proyectos, los cuales deben ser nuestra mejor carta de presentación.

Como bien mencionaba, existen diferentes atributos para el liderazgo, estos pueden ser psicológicos, sociales, culturales, entre otros, lo que significa que hay diferentes valores y características que podemos desarrollar a lo largo de nuestra vida para convertirnos en un líder. No importa que sintamos que no nacimos para asumir este rol, hay diferentes estilos de liderazgo que se adaptan a nuestra personalidad, a nuestras fortalezas, a nuestras debilidades, a nuestras oportunidades. 

Todos tenemos un líder dentro, el cual podemos desarrollar para ser una mejor versión e inspirar a otros a que acompañen nuestra visión.

Un buen liderazgo disminuye la rotación del personal, asegura embajadores de marca, fomenta un ambiente de trabajo positivo, aumenta el desempeño financiero, y hace que la empresa sea más atractiva para sus principales grupos de interés. ¿Se necesita alguna otra razón para fomentar un liderazgo positivo en nuestras organizaciones?